Las protestas se originaron por el bloqueo a plataformas tecnológicas y redes sociales. Las movilizaciones fueron encabezadas por jóvenes, la mayoría de la «Generación Z». El primer ministro KP Sharma Oli dio marcha atrás con la medida y terminó dimitiendo en medio de la crisis. El espejo de Brasil y el debate por el control a las big tech.
Nepal, la pequeña nación asiática ubicada entre India y China, vive un verdadero torbellino social y político tras un levantamiento juvenil que provocó la caída del gobierno en 24 horas, con la renuncia del primer ministro, KP Sharma Oli, en medio de una ola de protestas que dejaron al menos 19 muertos. De fondo hay un debate profundo que involucra gobernanza, redes sociales y libertad de expresión.
Anatomía del caos en Nepal
Para entender lo que ocurrió este martes en Nepal hay que remontarse unos pocos días atrás. El jueves 4 de septiembre el Gobierno anunció el bloqueo de una veintena de redes sociales, entre ellas Facebook, X (Twitter), LinkedIn y YouTube.
El argumento de las autoridades era que estas big tech no se registraron ante su administración conforme a la ley de regulación del sector, que buscaban imponer algunos parámetros mínimos para permitirles operar en el país.
A las gestoras de redes sociales se les había dado un plazo de siete días para registrarse sus servicios, designar un representante local y una persona encargada de gestionar los posibles litigios derivados de su uso.
La decisión se tomó en aplicación de un fallo en ese sentido emitido en 2023 por la Corte Suprema, máxima instancia judicial del país. Frente a esto, el Gobierno tuvo que salir a aclarar que “si una red social quiere operar en Nepal debe obedecer las normas que regulan las actividades ilegales y los contenidos prohibidos”.
La reacción de la ciudadanía
Las protestas de los ciudadanos, sobre todo de los más jóvenes, no se hicieron esperar frente al bloqueo de las redes sociales que no cumplieron con los estándares puestos por el país.
Así, la «Generazión Z» (nacidos entre 1997 y 2012) salió masivamente a las calles de Katmandú y otras ciudades a reclamar por la apertura de las redes ante lo que consideraban una avanzada sobre la libertad de expresión.
Las autoridades justificaron la medida argumentando la necesidad de que las plataformas internacionales se registren localmente y se alineen con las leyes internas, expresando preocupación por la «desinformación, la incitación al odio y la armonía social».
Pero los más jóvenes leyeron la imposición como una herramienta de censura que buscaba castigar a los opositores al gobierno que expresan sus reclamos en línea y acusan a las autoridades por corrupción.
“Estoy aquí para protestar por la corrupción masiva en nuestro país”, relató un estudiante que salió a protestar. Para él, “el país ha empeorado tanto que para los jóvenes no hay motivos para quedarse en él”. “Nuestra demanda y nuestro deseo es la paz y el fin de la corrupción, para que la gente pueda trabajar y vivir de nuevo en el país”, afirmó.
Entonces, las protestas acogieron cada vez más adeptos en un país con 29,6 millones de habitantes, donde 20 % de la población vive por debajo del umbral de pobreza, según datos oficiales. A pesar de que registró avances en la última década y media, es uno de los cuatro países más pobres del continente asiático.
El impacto fue inmediato. En Nepal, las redes sociales acaparan casi el 80 % del tráfico de Internet. En enero de 2024 había 13,5 millones de usuarios activos de Facebook, 10,8 millones en Messenger, 3,6 millones en Instagram, 1,5 millones en LinkedIn y 466.000 en X.
El summum de las manifestaciones fue el este martes, cuando un grupo incendió el Parlamento y la residencia oficial del máximo mandatario tras la renuncia del primer ministro, KP Sharma Oli, luego de que la represión del lunes dejara al menos 19 muertos.
El jefe de gobierno, perteneciente al Partido Comunista, anunció su dimisión en horas del mediodía «con el fin de dar nuevos pasos hacia una solución política», según declaró en una carta dirigida al presidente.
De esta manera, el partido formará una coalición de gobierno con el Congreso Nepalí, de centro-izquierda.
Contra los «Nepo kids»
La historia comenzó un par de semanas atrás, cuando en TikTok y foros como Reddit se hizo viral y muy masivo el término «Nepo kid», como una crítica social a los hijos de políticos y empresarios que en sus redes sociales presumen una vida de lujo, alejada de la que pueden tener millones de personas.
El término, que en Argentina se conoce como «nepobaby», proviene del nepotismo, y resume de forma contundente la frustración juvenil hacia la clase dirigente, que tachan de corrupta e irresponsable, y que cuestionan por acceder al poder por sus vínculos familiares y no por los méritos.
Nepal, las redes y el espejo de Brasil
Lo ocurrido en Nepal quizás traiga rápidamente a la memoria el caso de Brasil cuando en 2024 el juez Alexandre de Moraes, ordenó a X (Twitter) suspender sus actividades en el país ante el “reiterado incumplimiento de órdenes judiciales”, ya que su dueño, Elon Musk, se negaba a bloquear seis perfiles de usuarios de la órbita del bolsonarismo asociadas con el ataque al Congreso brasileño, el Supremo Tribunal Federal y el Palacio Presidencial de Planalto en 2023, apenas una semana después de la asunción de Lula da Silva como presidente.
Semanas más tarde, la Justicia brasileña levantó el bloqueo, tras cumplir las demandas judiciales que incluyeron el pago de una multa de 5.2 millones de dólares, la designación de un representante legal en el país y la eliminación de cuentas consideradas antidemocráticas por el Poder Judicial brasileño.
Pero el de Brasil tampoco es el único caso que sirve a modo de espejo: en 2012 India bloqueó hasta 250 sitios web y redes sociales acusándolas de incitar a la violencia religiosa y en respuesta al maltrato de musulmanes en el estado de Assam, en el noreste del país.
Algo parecido a lo que pasó en Myanmar (exBirmania): allí Facebook se estaba usando como una plataforma de difusión de desinformación para fomentar crímenes de odio desde las mayorías budistas a las minorías musulmanas en el país.
El punto más caliente fue cuando en 2014 Ashin Wirathu, un monje muy popular en las redes sociales, acusó falsamente a dos jóvenes musulmanes de Mandalay de haber violado a una mujer budista, tras lo que muchos usuarios indignados se unieron y comenzaron a aniquilar a sus vecinos musulmanes.
Al extenderse los disturbios, cuenta el periodista Max Fisher en su libro Las redes del caos, el Gobierno intentó sin éxito ponerse en contacto con Facebook. Luego, desesperado, bloqueó el acceso a Facebook en Mandalay: instantáneamente los disturbios se enfriaron. Al día siguiente, empleados de Facebook respondieron por fin, pero no para interesarse por los episodios violentos, sino para pedirle explicaciones por el bloqueo de la plataforma.
¿Quién decide quién decide?
Al abordar este tema subyace una serie de preguntas que se hace la socióloga estadounidense Shoshana Zuboff, quien estudió a fondo el rol de estas plataformas y su influencia en el “capitalismo de la vigilancia”: ¿Quién sabe? ¿Quién decide? ¿Quién decide quién decide?
En su libro ¿Capitalismo de la vigilancia o democracia?: Una lucha a todo o nada en la era de la información, publicada hace unas semanas por Unsam Edita, Zuboff se plantea esta incógnita, explicando cómo las plataformas de vigilancia –entre las que están las redes sociales– fueron cooptando cada vez más las atribuciones de los gobiernos a través de un circuito de apropiación de excedente conductual, de conocimiento científico y con un fuerte discurso libertario para justificar su accionar.
Ante la pregunta sobre cómo se permitió que estas empresas desarrollen tanto poder sobre aspectos centrales de nuestra sociedad, Zuboff respondió en una entrevista: “La respuesta es que la democracia no hizo nada. La democracia no intervino. En esencia, la democracia estaba alimentando su propia necesidad de datos generados por humanos, que no podía recopilar según la Constitución y las leyes públicas de nuestro país, por lo que dependía de estas empresas para que los recopilaran”.
“En otros aspectos, nuestros legisladores se quedaron dormidos y permitieron que este poder creciera de forma inexplicable y totalitaria, antes de darse cuenta de la amenaza que representaba para su propio poder, porque la estrategia a largo plazo del capitalismo de vigilancia es sustituir la gobernanza democrática por la gobernanza computacional, la gobernanza mediante algoritmos que controlan para sus objetivos comerciales”, cerró.
Fuente: P12