Con goles de Edwin Cetré y Guido Carrillo, el Pincha venció 2-0 a Gimnasia en UNO, extendió su invicto como local ante el Lobo y quedó en lo más alto del torneo.

Hay partidos que valen más que tres puntos, y clásicos que quedan grabados en la historia. En el estadio UNO, Estudiantes de La Plata volvió a demostrar que el clásico platense le pertenece: derrotó 2-0 a Gimnasia y Esgrima La Plata, se mantuvo invicto en casa ante su eterno rival y se subió a la cima de la Zona A de la Copa de la Liga.
Dominio y contundencia del Pincha
Desde el arranque, el equipo de Eduardo Domínguez impuso condiciones. Con presión alta, movilidad y control territorial, Estudiantes jugó con la determinación de quien sabe que en estos duelos no hay margen para el error. A los 12 minutos, Tiago Palacios sacudió el palo de cabeza y encendió a todo el estadio.
Mientras tanto, Gimnasia, ya sin Orfila en el banco, se mostró contenido, sin ideas y replegado en su campo, esperando una chance que nunca llegó.
El premio para el Pincha apareció sobre el final del primer tiempo: tras un centro de Gastón Gómez, Santiago Ascacibar ganó de cabeza y asistió a Edwin Cetré, que también de cabeza cruzó la pelota al segundo palo para el 1-0 y el estallido de UNO.
Carrillo lo liquidó y el clásico fue albirrojo
Lejos de conformarse, Estudiantes salió al segundo tiempo decidido a liquidar la historia. A los 8 minutos, la presión del “Ruso” Ascacibar forzó un error de Augusto Max, la pelota le quedó a Guido Carrillo, que definió entre las piernas de Insfrán para el 2-0 definitivo.
Desde entonces, el clásico fue todo del local. Gimnasia se desdibujó y apenas resistió gracias a las atajadas de su arquero, que evitaron una goleada mayor. Estudiantes, sólido y con jerarquía, dominó los tiempos del partido, defendió con autoridad y se llevó una victoria incuestionable.
Invicto histórico y una fiesta en UNO
Con este triunfo, Estudiantes extendió a 22 años su invicto de local ante Gimnasia y sumó su partido número 19 sin perder en UNO frente al Lobo. El estadio fue una fiesta desde el pitazo final, celebrando una nueva muestra de carácter y una costumbre que se repite: cuando el clásico se juega en 1 y 57, el Pincha no perdona.
Fuente: Olé.